Historia sobre la aparición de Nuestra Virgen de Coromoto
En el año 1651, sesenta años después de la fundación de la “Ciudad del Espíritu Santo del Valle de San Juan de Guanaguanare”, el cacique Coromoto, caminaba junto con su mujer por la montaña. Al llegar a una quebrada, vio a una Bella Señora cargando a un Niño bellísimo que caminaba entre las aguas del río.
Ambos le sonrieron a la “Bella Señora”, quien, a su vez, les devolvía otra sonrisa amorosa y con una voz muy suave les dijo:
“Vayan a casa de los blancos y pídanle que les echen el agua en la cabeza, para poder ir al cielo”.
Esta misma “Bella Señora” se les apareció en varias oportunidades a algunos niños indios cuando iban a la quebrada a buscar agua. En todos los casos su voz tenía tanta fuerza y persuasión que el Cacique no dudó en cumplir la petición de la “Bella Mujer”.
Al cacique Coromoto no se le ocurrió preguntarle cómo se llamaba. Por eso, le decía la “Bella Mujer”, la “Bella Señora”, la “Bella Dama”.
Deseando cumplir con lo que les pedía la “Bella Dama”, un día, cuando el Cacique vio pasar al español Juan Sánchez, pensó que sería la persona adecuada para enseñarlos. Le relató lo que había sucedido y le dijo que estaban dispuestos a que él y los suyos, cumplieran con la voluntad de la “Bella Señora”.
La sorpresa para Juan Sánchez fue grande, pero no dudó. Le respondió que a su regreso de la ciudad de el Tocuyo, al cabo de unos ocho días, pasaría de nuevo por allí y podría llevarse a toda la tribu con él para instruirlos. Podrían vivir al lado de donde vivían los españoles, quienes se dedicaban al cultivo y la ganadería cerca del río Guanaguanare.
No hay certeza histórica de cuántos indios eran. Algunos calculan entre doscientos y seiscientos. Lo importante es que toda la tribu se fue y se establecieron en la confluencia de los ríos Tocuyo y Guanaguanare, en un paraje conocido hoy como “Coromoto”. Allí establecieron sus nuevos hogares. Asistían a la explicación de la doctrina que les daban los sacerdotes capuchinos en especial Fray José de Nájera junto con Juan Sánchez y su señora. Poco a poco el número de bautizados iba creciendo.
Al principio el cacique asistía con gran gusto, porque había quedado maravillado por la majestuosidad de la “Bella Señora” y su alma se había transformado. Sin embargo, Coromoto anhelaba la soledad de los bosques. Al paso de los días, se sentía cada vez más molesto pues el clima allí no era tan agradable como el de sus tierras anteriores. Ahora debían trabajar mucho más para obtener lo necesario para la vida diaria. Comenzó en él un conflicto espiritual. Por éstas razones, se negó a bautizarse y se alejó de las clases.
El 8 de septiembre de 1652, Juan Sánchez invitó a los indios a una ceremonia religiosa. Todos asistieron con mucha emoción y devoción, pero el Cacique se negó y lleno de furia, salió hacia el lugar de Coromoto. Cuando empezaba a anochecer, la esposa del Cacique, se dirigió hacia su choza con su hermana Isabel y el hijo de ésta, un muchacho de doce años. Estaban a punto de quedarse dormidos cuando regresó Coromoto bravo, triste y maltrecho quien, sin pronunciar palabra, se acostó en su cama y nadie se atrevió a hablarle.
Esa noche, de repente, se les apareció en la puerta de la choza o bohío, la “Bella Mujer”. Había pasado un año que no la habían visto. Ahora, de todo su ser se desprendían rayos de luz que alumbraban todo el interior de la choza como si fuera el mediodía. La esposa del Cacique, su hermana y el sobrino, se llenaron de alegría al verla. El Cacique se incorporó y después de unos segundos, le preguntó muy molesto:
¿Hasta cuando me quieres perseguir? Te puedes devolver porque yo no voy a hacer lo que me mandas. Por ti dejé mis conucos y conveniencias y he venido aquí a pasar trabajo.
Su esposa le reclamó la manera irrespetuosa de hablar y le dijo: “No hables así con la “Bella Mujer”, no tengas tan mal corazón”.
El Cacique muy bravo no soportó la mirada tierna y amorosa de la “Bella Mujer” y sacó una flecha puntiaguda, la puso sobre su arco y amenazándola le dijo: Con matarte me dejarás.
En ese momento, la Virgen entró en la choza sonriente, serena, luminosa y resplandeciente. Se le acercó al Cacique. Estaba tan cerca, que éste tuvo que dejar caer el arco y la flecha y estiró sus brazos para agarrarla. En eso, desapareció y el bohío se oscureció… El Cacique gritó: la tengo atrapada en mi mano.
Al abrir la mano, vio que lo que tenía era una diminuta imagen de la Virgen que despedía rayos luminosos muy intensos, como los del sol al mediodía, pero que no quemaban. Las dos mujeres y el niño, profundamente impresionados y conmovidos, le pidieron que se los mostrara. El Cacique alargó la mano. Todos reconocieron la imagen de la “Bella Mujer”, la cual continuaba despidiendo rayos luminosos.
El Cacique la vio tan viva que la amenazó de muerte y le dijo: “Mañana te quemaré”. Envolvió la imagen en una hoja de plátano y la escondió en las pajas techo de su choza.
El sobrino del Cacique, que había presenciado todo, vio a su tío esconder la imagen. Cuando el tío estaba bien dormido salió corriendo a buscar a Juan Sánchez para contarle lo sucedido. Juan no le creyó. Pero el niño insistió en que fuera con él hasta el bohío de Coromoto. Después de mucho rogar, Juan le pidió que saliera a buscar otras dos mulas para ir juntos. En ese momento, sucedió algo impresionante.
Las mulas estaban sueltas en la sabana y era extremadamente difícil agarrarlas y amarrarlas. Se necesitaban varias personas para ello. A veces tardaban hasta dos y tres horas para lograrlo. El niño salió solo a la sabana a buscarlas, y lo asombroso fue que las encontró echadas muy tranquilas. Con gran facilidad las enlazó sin que pusieran resistencia y se las llevó a Juan Sánchez.
Cuando éste vio venir al niño con las dos mulas en tan cortísimo tiempo, empezó a pensar que tenía que haber algo de cierto en lo que le había contado. Junto con Bartolomé Sánchez y Juan Cibirián, los cuatro se pusieron en camino hacia el bohío donde vivía Coromoto.
Al llegar, los tres españoles se quedaron escondidos en un zanjón mientras el niño buscaba la imagen. Entró en la choza de su tío el Cacique y no encontró a nadie. Todos habían salido. Con gran alegría se trepó al sitio donde su tío la había escondido, la sacó y fue corriendo donde los españoles. Cuando Juan Sánchez abrió la hoja de plátano, se encontró con la inmensa sorpresa de que esta brillando y era efectivamente la imagen de la Virgen con el Niño.
Con gran cuidado y devoción, sabiendo que cargaban a la Madre de Dios, regresaron a Soropo, la colocaron sobre una mesa, la rodearon de flores. Le rezaron y le decían de Ella es la Virgen que se le apareció al cacique Coromoto y por eso se quedó con el nombre: NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO… Como no tenían para alumbrarla sino un cabo de vela de cera negra la prendieron y la colocaron delante de la Imagen.
Con la vela se produjo el primer milagro: era tan pequeña que apenas debía durar media hora, pero pasaban las horas y seguía alumbrando… Estuvo ardiendo día y noche desde el mediodía del domingo hasta el martes por la tarde, es decir, por espacio de más de cincuenta horas. Algunas personas se acercaban, le hacían diversas peticiones, una por la salud, otros por la solución de algún problema, y veían como todo se les cumplía.
Por su parte, ya el Cacique había dispuesto que toda la tribu regresaría a su lugar de origen, a esas tierras que habían abandonado por seguir las instrucciones de la “Bella Mujer”.
Al amanecer del día nueve de septiembre, el cacique se despertó, vio que su mujer no estaba y todos se habían ido. En su rabia, recordando que había prometido quemarla, decidió quemar todo el bohío sin darse cuenta que la imagen ya no estaba ahí pues el sobrino se la había llevado.
En el bosque una culebra venenosa llamada mapanare lo mordió. Al darse cuenta que el veneno era mortal, pensó que había sido un castigo del cielo por su mala conducta frente a la “Bella Mujer”. Se arrepintió profundamente de lo que había hecho y comenzó a gritar pidiendo que alguien lo bautizara.
La Virgen, siempre dispuesta a escuchar las peticiones de sus hijos, complació al Cacique.
Como hecho extrañísimo Coromoto vio pasar a un español de la ciudad de Barinas y éste escuchó los gritos. Sabiendo que toda persona bautizada, puede, en caso de peligro de muerte, bautizar a otro, se acercó, buscó un poco de agua y bautizó al Cacique derramando agua sobre su cabeza y diciendo las palabras: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. A partir de ahí Coromoto se convirtió en apóstol y seguidor de la Virgen María. Su nombre cristiano fue Ángel Custodio. Él y sus compañeros Cospes formaron una comunidad muy fervorosa.
Al hacerlo, los dolores comenzaron a disminuir y el español, lo acompañó hasta donde estaban los otros indios. Al llegar, el Cacique los reunió a todos, les narró lo sucedido, diciéndoles que estaba seguro de que iba a morir, pero moriría feliz pues había pedido perdón y se había bautizado.
Antes de morir, con voz fuerte y segura les pidió a todos que se mantuvieran entre los blancos y fueran buenos cristianos.
Los indios Cospes formaron la primera comunidad de fieles católicos de Venezuela. Por eso, las autoridades se vieron obligados a traerles a un sacerdote que se encargara de ellos: el capuchino Fray José de Nájera quien fundó con ellos un pueblo llamado San José de la Aparición. Producto de las inundaciones, a lo largo del tiempo, el pueblo desapareció pero el lugar fue siempre sitio de veneración por los indígenas.
Juan Sánchez tuvo por tres días la imagen que le dejó la Virgen a Coromoto antes de llevarla a la Iglesia Catedral, debido a la crecida de los ríos. Cuando logró llegar a Guanare y se la mostró al sacerdote, éste pensó que era de origen humano y no se la recibió… Juan Sánchez se quedó con Ella en custodia por los próximos dieciséis meses.
Durante el tiempo que estuvo bajo la custodia de Juan Sánchez, la Madre del cielo se manifestó en muchas ocasiones. Por ejemplo, cuando se le colocaba una vela de cebo negra, la cristalizaba, algunas velas duraban mucho tiempo en consumirse. También se menciona que el color del traje de la Virgen presentaba diferentes colores como el rojo carmesí, el morado, el azul y el blanco.
Mientras tanto, la casa de Juan Sánchez se convertía en un pequeño Santuario, donde iba todo tipo de personas, especialmente de Guanare, a admirar la imagen de Nuestra Señora de Coromoto y pedirle favores.
La fama milagrosa de la Imagen crecía día a día. Dieciséis meses después el sacerdote Vicario de la Ciudad de Guanare, Don Diego Lozano, solicitó que se llevara la Imagen con gran majestuosidad y veneración hasta la Catedral de Guanare para proteger la imagen pues allí estaría más resguardada.
Se escogió el 2 de febrero de 1654, día de la víspera de la Presentación del Señor, de la Purificación de la Virgen, y de la Virgen de la Candelaria patrona de muchos de los españoles porque venían de las islas Canarias. Ese dos de febrero, entró Nuestra Señora de Coromoto, con gran solemnidad , llevada por los fieles y colocada en la Iglesia.
Poco después el Reverendo Padre Capuchino Fray José de Nájera fundó con ellos la primera misión de indios en Venezuela, bajo la protección de María Santísima, Nuestra Señora de Coromoto, por cuyo maternal cuidado se lograban las primicias de la fe entre los aborígenes diseminados en la dilatada extensión de la provincia de Venezuela.